20 noviembre 2024. Ciudad del Vaticano. Por Almudena Martínez-Bordiú. ACIPRENSA. En la Audiencia General de este miércoles, el Papa Francisco reflexionó sobre los carismas, dones concedidos por el Espíritu Santo que ayudan a valorar el papel de los laicos en la Iglesia y afirmó que no son “tropas auxiliares del clero”. Al inicio de su catequesis impartida desde la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Santo Padre citó dos elementos para explicar la acción carismática del Espíritu Santo. En primer lugar, precisó que el carisma es el don concedido “para el bien común”, ya que no está destinado principalmente a la santificación de la persona, sino “al servicio de la humanidad”. A continuación, remarcó que el carisma es concedido “a uno o a algunos” en particular, “no a todos del mismo modo, y esto es lo que lo distingue de la gracia santificante, de las virtudes teologales y de los sacramentos, que en cambio son iguales y comunes a todos”. El carisma, añadió el Pontífice, “es a una persona o a una comunidad especial, es un don que Dios te da”. El Santo Padre se refirió a los carismas como las “joyas” u ornamentos “que el Espíritu Santo distribuye para embellecer a la Esposa de Cristo”. A continuación, resaltó que “debemos recuperar los carismas, porque esto hace que la promoción del laicado y de las mujeres en particular se entienda no sólo como un hecho institucional y sociológico, sino en su dimensión bíblica y espiritual”. En este sentido, remarcó que “los laicos no son los últimos” o “una especie de colaboradores externos o tropas auxiliares del clero”, sino que tienen “sus propios carismas y dones con los que contribuir a la misión de la Iglesia”. Asimismo, quiso aclarar un malentendido: el de identificarlos con dones y capacidades espectaculares y extraordinarios: “Se trata, en cambio, de dones ordinarios, cada uno de nosotros tiene su propio carisma, que adquieren un valor extraordinario cuando son inspirados por el Espíritu Santo y encarnados en las situaciones de la vida con amor”. Reiteró además que no hay cristianos “de segunda clase”, ya que cada uno tiene su propio carisma, “personal y también comunitario”. A modo de conclusión, señaló que “la caridad multiplica los carismas” y hace que el carisma de uno “sea el carisma de todos”.